viernes, 28 de octubre de 2011

El navegante

Hubo una vez un navegante que vino del mar de la Plata, y arribó a una sórdida cabina de vigilancia en una obra de Paracuellos de Jarama. Una figura corpulenta y soñolienta en la madrugada, que cuenta su historia a cualquiera que la quiera escuchar, en desoladas paradas de autobús. 
Embutido en el frío y la soledad, arrastrando su sino. Recordando tiempos de juventud como marino mercante, mezclándolos con tristes historias de hoy, de brega y pluriempleo.
Recuerdos de otras soledades, de otras luchas. Rumbos inciertos a través del proceloso mar de la vida y sus circunstancias. Derivas inevitables. Y siempre, la simple y pura supervivencia en medio del océano. Naufragios de estoica dignidad.
"Cierro los ojos y estoy en medio del mar
Días y noches de amor y de guerra"
Eduardo Galeano



miércoles, 19 de octubre de 2011

El otro lado

No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento antes de dejarla a su espalda y quedar frente a la del suyo. Introdujo la llave, sin embargo un ruido sordo lo detuvo en medio de la penumbra del largo pasillo. ¿Había oído bien? seguramente no… ¡aquello no tenía sentido!

Pero esta vez los golpes fueron más claros, más fuertes. Inequívocos.  

Incrédulo, se acercó cautelosamente a aquella vieja, mohosa puerta que nunca había visto abrirse durante todos esos largos años.

Y fue entonces cuando oyó aquella voz profunda, que desde el otro lado gritó: "¡déjame salir!”

miércoles, 12 de octubre de 2011

Agua de mar

Por primera vez los astrónomos han encontrado en un cometa la misma firma química del agua del océano. Ahora sabemos que uno de esos pedruscos itinerantes llamado Hartley 2 viaja llevando consigo agua marina.

Los estudiosos del cielo dicen estar sorprendidos, pues todo apunta que mucha de nuestra agua pudo haber venido de muy lejos, en mucha mayor cantidad de la que nunca imaginaron.

Sin embargo, por algún motivo todo lo anterior no consigue sorprenderme; pues siento que siempre ha habido algo primordial, poderoso y atrayente en el agua de mar. ¿Cuántas veces no nos habremos quedado absortos en alguna orilla, atrapados en la contemplación de la inmensa masa marina, fundiéndose con el cielo? Percibiendo su influjo extraño sobre cada uno de los átomos de nuestro cuerpo. Dominados por la llamada oculta de un vínculo especial y antiguo...

Y si vuelvo la vista atrás, a un día de playa cualquiera de todos los que he vivido, es entonces cuando sé que hasta la más pequeña gota de agua de mar sobre mi piel podría vencer mi razón, y ser capaz por un instante de entender el sentido y la causa de todo lo que me ha puesto en pie sobre este planeta, otra gran roca que navega por el espacio, y en tanto que llena de agua de mar, llena del secreto de la vida.

 Mussel Bay: Sudáfrica-Verano de 2010

miércoles, 5 de octubre de 2011

Signos de vida

Nos cuentan que el HARPS, o lo que es lo mismo, el Buscador de Planetas por Velocidad Radial de Alta Precisión ha descubierto 50 nuevos planetas, entre ellos 16 «supertierras». Magnífico cachivache sin duda, prometedor descubrimiento.

Los investigadores aplicados a esta tarea han enfocado el dispositivo a 376 estrellas similares al Sol, logrando mejorar bastante la estimación de las probabilidades de que una estrella como nuestro Sol albergue planetas de baja masa, como nuestra Tierra.

Está claro que toda investigación científica busca el conocimiento, pero en este caso hay mucho más. Buscamos signos de vida. Nos gustaría encontrar otros mundos como el nuestro. Estamos deseando encontrarlos, y ojalá poder conocer a otros, y saber por fin que no estamos tan solos.

Y muchas veces buscamos muy lejos, ansiando encontrar, mientras quizás seguimos teniendo mucho por descubrir y conocer. Incluso a nuestro alrededor, porque muy cerca hay muchos mundos desconocidos, muchas mini-tierras pobladas por un solo habitante, ubicadas en pisos de bloques anodinos, en mesas contiguas de rutinarias oficinas, en medio del bullicio de las calles, o sentados a nuestro lado en un lunes de vagón de metro.

Tan cerca pero tan lejanos en realidad, como lo están todos esos mundos que nos gustaría encontrar, allá perdidos en las estrellas.

martes, 4 de octubre de 2011

Obsesiones, higadillos y cintas de video

Llevaba ya un mes largo de noches sin apenas dormir, intentando encontrar una solución. Sabía que no iba a ser fácil detener el curso de las cosas, que no hacían sino empeorar.
Todo había empezado de la noche a la mañana, y como tantas conflagraciones, sin aviso ni declaración. Primero fue una rueda pinchada, después un largo y rabioso rallazo en el capó, más tarde las dos ruedas de un lado, y vuelta a empezar de nuevo...

Se había dado cuenta que aquello se había convertido era una lucha de voluntades, contra un enemigo invisible y sañudo. Vigilante e implacable. Después de infinitas noches de cábalas había acotado una lista de los posibles candidatos y sus posibles motivos. Tarea inútil, pues no tenía nada sino sus propias conjeturas a partir de vagos indicios, quizás el recuerdo de algún mal gesto, o viejos dimes y diretes.

Lo peor de desconocer una parte de un problema es que los huecos los acabamos rellenando con nuestras propias paranoias y obsesiones. Y una vez están ahí, si no se actúa pronto, arraigan y crecen hasta cegar nuestro entendimiento, cerrándonos las puertas de la lógica y abriéndoselas de par en par a las vísceras. A punto había estado de caer en el influjo de la bilis el día en el que alguien trastocó sus planes de fin de semana entre la grúa y el taller para reparar el penúltimo sabotaje.

Después de aquello, fueron muchos los días de obsesión que le llevaron a buscar siempre el mejor sitio para aparcar, el más adecuado desde el que poder controlar en la medida de lo posible su viejo y doliente R-5. Por aquel entonces vivía en un luminoso piso totalmente exterior, orientado a un concurrido cruce de calles. Muchos fueron los momentos en los que hallándose ocupado en cualquier actividad un pálpito le impulsaba precipitadamente hacia la ventana del dormitorio, de la cocina, o del comedor, con la esperanza de atrapar con las manos en la masa a su misterioso y cordial enemigo. Siempre en vano.

Sin embago, algunas veces lo mejor que nos puede pasar es que nos pongan contra la pared, que no haya más que una salida. Fue entonces cuando lo vio: decidió que tendría paciencia, opondría toda la que fuera necesaria para pasar de presa a cazador.

No tardó en llegar una nueva fechoría, en forma de largo rayazo en el lateral del viejo Renault. Pero esa vez la pudo ver llegar con paso firme, bajo la luz grisácea del amanecer. El capazo de la compra colgando de un brazo y en la otra mano un manojo de llaves, que aplicó con destreza y saña indisimulada contra el coche al pasar. Todo había quedado inmortalizado gracias a la bendita e imperfecta tecnología analógica de las cintas VHS, en una que por azar le había brindado unos metros más de cinta, otorgándole unos preciosos instantes por encima del tiempo máximo. Amargo retrato de rencor absurdo y bilis.

No hubo necesidad de llegar a mayores. Le bastó un cheque en la puerta de los juzgados por los daños y perjuicios, pero muy especialmente, el nítido recuerdo de un viejo rostro rabioso, aturdido y confuso. Incapaz sostener su mirada tranquila y pacífica.