lunes, 30 de enero de 2012

Las cosas son así

Con un último golpe de volante consigue evitar el impacto lateral contra la mediana de cemento, volviendo al centro del carril. Es entonces cuando decide clavar los frenos a fondo. Siente cómo su cuerpo y todo el coche empiezan a girar envueltos en un largo chirrido de neumáticos, hasta el último y violento cabeceo lateral.

Por unos instantes permanece inmóvil con las manos crispadas sobre el volante. Ha conseguido detener el pesado Nissan Terrano, sabe que no ha volcado de pura casualidad, después de haber dado dos trompos. Levanta la vista. Los faros alumbran el pretil metálico, justo detrás del arcén. Más allá sólo hay oscuridad. Nerviosamente intenta orientarse de nuevo.  Son más de las 3 de la madrugada, es noche oscura, sin luna y está atravesado en medio de la autovía. "¿Cómo no los he visto antes? han aparecido justo detrás del cambio de rasante... sin tiempo material. ¿Cuántos eran? uno, dos, quizás tres..." Recuperada la calma, reaparece el sentido profesional. En el fondo se trata de un accidente más del que dar parte, aunque esta vez él sea el protagonista. Sabe que debe señalizar, atender y finalmente despejar la carretera. La luz azul de los catadióptricos empieza a iluminar espasmódicamente el lugar. El coche arranca, pero algo impide que la rueda izquierda gire y la dirección parece bloqueada. Ahí debajo hay algo.

Al salir del coche el frío seco y cortante golpea su cara, despejando definitivamente su mente. A su alrededor reina el silencio. Mira a un lado y otro de la autovía. No hay nada, no hay nadie más circulando. Se encuentra en medio de una larga recta trazada entre altos bosques la cual se funde en las tinieblas por ambos lados. Está completamente solo.

La luz de la linterna encuentra al que se ha llevado la peor parte. Sigue bajo el coche, entre la rueda y los bajos. Despanzurrado por el impacto y arrastrado varias decenas de metros, ahora es una masa sanguinolenta de pelo hirsuto de la que asoma un gran colmillo amarillento. El frontal del coche está abollado en toda su extensión, surcado de jirones de pellejo, sangre y una sustancia negra viscosa. "Tiene que haber al menos otro más..."

Súbitamente el silencio se quiebra por un largo y agudo chillido, acompañado de un frenético pataleo. Otro sigue vivo, se está moviendo, y se acerca con rapidez. Enseguida lo ve aparecer, surgiendo desde la parte trasera del coche, arrastrando los cuartos traseros. Decide dar unos pasos hacia atrás, alejándose unos metros del coche para dejarle huir, pero pronto se da cuenta de su error. Va a por él. Y es muy grande. Tiene medio cuerpo deshecho, pero aún conserva dos patas útiles. Sus dos pequeños ojos negros, feroces y brillantes están fijos en él, anunciando su inequívoca determinación de ajustar cuentas.

Es hora de terminar y evitar males mayores. "Lo siento pero las cosas son así, no me dejas opción" Saca de la funda su Walther P99 reglamentaria, le quita el seguro y tira hacia atrás de la corredera. Intentará acertar a la primera. Le habría gustado contar con algo más de luz pero tendrá que apañarse con los faros del coche y esas molestas ráfagas azules. Dejará que se acerque lo máximo posible. La silueta del animal se recorta delante las luces, cada vez más cerca. Con las fauces abiertas la bestia malherida ha transformado su chillido en un feroz rugido y lanza la carga final contra el causante de su desgracia. Sujetando con ambas manos el arma apunta cuidadosamente, justo entre los ojos, y aprieta el gatillo: ...Clic
 

lunes, 23 de enero de 2012

La Bandit negra

Era viernes noche. La Bandit negra nos alcanzó en la primera línea del semáforo de Diagonal con Numancia. No pudimos evitar fijarnos en el poderoso despliegue de cilindros, potencia y sugerentes curvas que se habían detenido a nuestro lado. Y no solo por la gran cabalgadura mecánica que rugía a nuestra izquierda, sino tanto o más a causa de quien ocupaba su parte trasera. La rubia cabellera sobresalía bajo el casco blanco. Pantalones y chaqueta corta de cuero negro ajustados que acogían unas formas más que agraciadas. Botines de tacón de la mejor marca. Confiada en su belleza y su suerte, sujetaba con estilo la cintura del orgulloso piloto mientras volvía su melena dorada a un lado y otro de la línea de coches detenidos, esperando verde.

La rotunda sonoridad de los 85 caballos traspasaba nítidamente la carrocería y el cristal de nuestro coche, haciéndonos vibrar al compás de los cuatro cilindros, hipnotizándonos en una cadencia armoniosa y profunda, impidiéndonos hacer otra cosa que mantener fijos nuestros ojos en el atractivo conjunto. Delante de ella, la robusta figura del piloto se mantenía concentrada al frente, vigilante ante el ya inminente cambio de luces. Sin embargo, el semáforo que regulaba el tráfico de la calle Numancia seguía en verde, dando paso a los vehículos que desde nuestra izquierda atravesaban la amplia avenida en la que nos encontrábamos, bajando desde la zona alta hacia el centro de Barcelona. En la suave cadencia de la moto se insertaron dos súbitos y vibrantes acelerones: El piloto hacía exhibición de su poder mientras por un instante volvía la vista atrás hacia nosotros. Ambos lo tenían todo, así nos lo demostraban.

Apareció la luz ámbar sobre la verde en el semáforo de Numancia. Al instante, escuchamos el inconfundible "clac" al engranarse la primera marcha en el motor de la Bandit. La cadencia de la moto se transformó en una enorme furia de potencia apenas retenida ya únicamente por la maneta del embrague. La chica, justo a nuestro lado, se aferró con más fuerza al cuerpo del hombre y se volvió hacia nosotros. Verde. Cruzamos nuestra mirada con la suya por un último y fugaz momento tras lo cual desapareció veloz de nuestros ojos. Y así nos dispusimos a guardar la anécdota de ese momento por lo que restaba de noche.

Pero aquel momento no terminó nunca, no para mi amigo, no para mi, no para esa chica, no para el piloto, ni para aquella otra gente. Porque inmediatamente llegó el breve chirrido seguido por el enorme estruendo de la chapa al doblarse y el crujir de cristales al quebrarse. La eterna visión de la gran masa de metal negra y de los dos cuerpos alzándose lentamente varios metros, quedar suspendidos por un interminable microsegundo en el aire hasta terminar cayendo y rebotando sordamente contra el asfalto, por detrás de aquel coche que con el lateral destrozado había quedado frenado en seco por la brutal acometida.

Y fue entonces cuando antes de que nada ni nadie se moviera de nuevo, de que la conmoción o el desconcierto lo inundaran todo, antes incluso de que surgiera el primer grito y de que todo el dolor llegara, una imagen ya había alcanzado para siempre mi memoria: el rostro desencajado de aquella mujer que, sentada tras la puerta deformada de su coche y cubierta de cristales rotos, absolutamente inmóvil, miraba al vacío sin ser capaz de ver nada más.

domingo, 15 de enero de 2012

Otros tiempos

Caen los últimos instantes de luz invernal sobre la tarde gris. Un vistazo rápido hacia el exterior a través de las ventanas de la habitación a oscuras: los árboles, las casas, los coches, la acera, el asfalto y todas las demás cosas que un día fueron parte de su vida se diluyen lentamente en la densa niebla de ceniza helada. Y al fin cae la noche oscura. La luz eléctrica hace ya mucho que ya es apenas un recuerdo. Como todo lo demás.

Afuera todo lleva tranquilo un par de días. Ojalá hayan tenido bastante después del último intento. Había sido una suerte agenciarse el G36, pero repeler el último ataque le había dejado sin apenas munición. Mañana tendría que salir a buscar más. Por suerte aún le quedaba forraje para el caballo. Un poco de luz y ejercicio fuera del garaje le vendrían bien al animal. Se alejó de la ventana y se cobijó de nuevo entre espacio protegido formado por las mantas, la mesa y el sofá que había dispuesto en el centro mismo del comedor. Cerca del refugio, su magra cena se calentaba al incierto calor de la llama azul del viejo hornillo de camping. Lo había recuperado de entre las muchas cosas que en su día no se decidió a tirar, recuerdo de otros tiempos. Como tantas otras cosas.

Absorto, tomó el cazo de sopa de sobre y empezó a beber. El contacto con el antiguo sabor le hizo recordar un momento de su lejana juventud... se dio cuenta ahora todo formaba parte del mismo recuerdo. Se sorprendió acordándose de haber vivido otra vida, de esas mismas calles albergando luz y calor. Recordó haber trabajado, haber querido, haber sentido alegría o indignación por cosas que ya no existían. Recordó que su verdadera vida no era la de ahora, sino la que existió antes de que ocurriera lo impensable, lo imposible, lo que no podría ocurrir jamás.

Porque llegaban otros tiempos, así lo habían asegurado todos los que vinieron, todos los que se fueron sucediendo, uno tras otro, exponiendo sus planes y medidas, alzando cada vez más sus voces en cada discurso, en cada alocución, en cada llamamiento a la calma y a la responsabilidad, gritando ya al final. Hasta que ya nadie dijo nada más. Y todo se apagó. Y realmente llegaron otros tiempos.

jueves, 12 de enero de 2012

La tierra que dejó de existir

Existió una vez una modesta tierra martirizada por la codicia, la incapacidad y la maldad de sus gobernantes durante muchos, muchos años. Y mientras otras tierras crecían gracias al trabajo de sus campos, de su industria, por la belleza de sus paisajes y aumentaba el bienestar de los que la vivían sobre ella, allí solo había esclavitud, miedo, hambre, violencia, explotación y desigualdad.

Y fue tanta la ignominia y durante tanto tiempo campó libremente la maldad de los hombres que la habitaban que al final hasta la propia tierra que los acogía pareció decir basta, y un día de hace dos años quizás quiso sacudirse todo ese mal como lo habría hecho un caballo enloquecido por tanto dolor, harta de todo por fin y mil veces herida por todo lo que tenía lugar ahí arriba, a lomos de su martirizada corteza.

Y de este modo, aquel día los habitantes de un país llamado Haití fueron descabalgados por la ira de una tierra que sigue en trance de dejar de existir, y hoy es evidente que sólo con la voluntad de sus maltrechas gentes no será suficiente para impedirlo.

Uno a uno, ninguno de ellos ni de nosotros será suficiente para cambiar ese fatal destino, por eso todos somos necesarios. Somos necesarios para dar nueva vida, para dar una oportunidad a una tierra que parece querer dejar de existir, porque nunca le dieron esa opción.




lunes, 9 de enero de 2012

La grieta

De pronto se encontró con la grieta.

Llegó con un único y breve chasquido. Vio que una de las baldosas con cenefas de flores coloreadas se había partido. Después de observarla con cierto detenimiento, se percató de que desde ahí partía una fina línea que recorría las baldosas del baño, ascendiendo en diagonal hasta perderse detrás del espejo. Ciertamente, aquello era una contrariedad, pero no dejaba de ser una grieta muy delgada, muy poca cosa  en realidad y bueno, pensó; al fin y al cabo estaba en el pequeño cuarto de baño privado, nada que alguien pudiera llegar a ver, quizás acaso alguna visita, alguna vez... Así que decidió que podría convivir con esa grieta sin hacer nada.

Al salir del servicio, vio que la misma grieta también había llegado a la madera de la puerta, recorriéndola de arriba a abajo. Después encontró otra muy parecida en la librería del comedor, y otra sobre la mesita del salón. También había una en el viejo jarrón de porcelana, y en la figurita de cristal recuerdo de Venecia. En la cocina, la fina grieta subía por la nevera, pasaba por el techo y alcanzaba la preciosa lámpara de cerámica blanca y azul, partiendo en dos mitades la base atornillada al techo.

Sorprendido, volvió su mirada a derecha e izquierda, arriba y abajo y se dio cuenta de que la grieta seguía creciendo rápida y silenciosamente, abriéndose paso, atravesándolo todo. Y entonces se encogió de hombros, porque ya era tarde: La grieta lo había alcanzado a él también.