sábado, 25 de febrero de 2012

El WhatsApp

Relato publicado en el nº 6 de la revista Entropía


Eran algo más de las tres de la madrugada. Un sonido de alarma diferente a cualquiera de los despertadores que había tenido jamás estaba sonando al lado de su oreja izquierda, insistentemente, sobre la mesita de noche. Sobresaltado y aturdido, consiguió incorporarse a duras penas. Muy cerca de su cabeza algo seguía aumentando de volumen, taladrando el silencio de la noche. Por fin fue capaz de encender la luz:
   
Moviéndose al son de su propio estruendo, parpadeando con vivos colores, su nuevo teléfono móvil había cobrado vida, aparentemente poseído por una entidad desconocida. Era uno de esos que ahora llaman inteligentes, tan de moda. El caso es que, como cada noche, creía haberlo desconectado, aunque en su descargo bien podría haber alegado que aún no se había familiarizado con gran parte de sus inacabables funcionalidades. Sujetándolo con ambas manos, forcejeó hasta que acertó a accionar el botón adecuado.

Ya en silencio pero aún aturdido por el infernal sonido no le quedaba sino averiguar la causa de tanta agresividad tecnológica. La elegante pantalla rectangular de cristal se mostraba ahora inofensiva, silenciosa, completamente oscura. Antes de accionar el botón superior derecho dudó por un instante, quizás temiendo lo que pudiera pasar a partir de ese momento. Tras la pulsación, un mensaje apareció en el centro del aparato:

WhatsApp: Tiene nuevos mensajes

 
Más perplejo que molesto, se quedó unos instantes contemplando el dispositivo fijamente en su mano. ¿¿Un whatsapp?? ¿A estas horas? ¿Pero a quién se le ocurre...? Súbitamente, un destello de inspiración cruzó por su mente como un latigazo. Comprendió: no podía ser nadie más que él; su viejo amigo.

Con el paso de los años casi habían casi perdido el contacto. La vida que les unió en las aulas del instituto forjó caminos distintos para cada uno; distintas profesiones, nuevos retos, nuevas ciudades. Sin embargo, siempre quedaron un puñado de momentos y lugares comunes cada año: las navidades en el viejo barrio, algunos días sueltos en verano. Suficiente para comprobar que las antiguas complicidades y viejos códigos seguían ahí, asombrosamente inmunes a sus vidas de adultos. Reían como el primer día al recordar mil anécdotas y peripecias; pero en el fondo, y eso era lo mejor de todo, recordaban para volver a reír, y se sentían mejor.

Con los primeros móviles todo fue algo más fácil, pero nada parecía poder sustituir a una larga tarde de amena charla frente a frente en un café. Hasta que llegaron las últimas navidades, en las que su amigo se presentó con uno de esos sofisticados trastos llenos de curiosas utilidades que hacían mil cosas, siempre en atractivos colores. De entre todas, había un curioso sistema de mensajería instantánea que permitía intercambiar texto, imágenes y sonido con gran rapidez y calidad, prácticamente en tiempo real ¿No conoces los WhatsApp? tienes que hacerte con uno de éstos, ya verás...

No tardó en seguir su consejo, y desde ese momento alimentaron nuevamente su amistad con frenético entusiasmo infantil, compartiendo el gusto por lo instantáneo y el detalle, inmortalizando de nuevo momentos, comentando de nuevo todo en un segundo, sintiendo que el contacto había sido recuperado sin que ya volviera a importar nunca más ni el tiempo, la distancia ni el lugar en el que se encontraran.

Abrió la aplicación y no dio crédito a sus adormilados ojos mientras deslizaba su dedo sobre la pantalla táctil. Una larga retahíla de nuevos mensajes desfiló ante sus ojos. Como había supuesto, todos eran de él, y cosa extraña, todos parecían haberse emitido al mismo tiempo. Exactamente a la misma hora que en aquel preciso instante marcaban los dígitos verdosos de su despertador, las 03:06 de la madrugada de un día cualquiera.

Y leyó:

Si te cuento lo que me acaba de pasar... 03:06

Vas a flipar, no se ni cómo no he volcado y aquí estoy ahora contándote de p. milagro 03:06

Eran dos al menos, enorrrrmes!! estaban en medio del carril Q peazo bichos la madre q m… 03:06

Iba a 110 kmh si llego a pegar volantazo o clavar ruedas ahora estaría tocando el arpa o en la uci :P 03:06

así que imagina la hostia q s han llevado los 2 jabalíes 03:06

El coche inservible, hay uno entre la rueda y los bajos, fiambre creo... joder dios q destrozo! L 03:06

Mira el morro del terrano como h qdao!! 03:06 VER/REENVIAR

Voy a ver si hago xa apartar el coche hasta q lleguen d l central 03:06

Estoy solo en medio de la autovía y no pasa ni dios, todo bosque y oscuri ostras q hay otro vivo! esta m cerca!!! 03:06

Era la madre, con medio cuerpo deshecho se ha venido contra mi, quería vengar a la cría 03:06

Me miraba con mucho odio... cada vez más cerca, tenía que disparar, era ella o yo. 03:06

La he esperado hasta que ha estado encima y se la he puesto justo entre los ojos 03:06

La puta pistola, solo ha hecho clic… no sé que mierda ha pasado 03:06

Es raro, creía que dolería algo. Ahora todo está bien 03:06

Quería que al menos lo supieras por mi, amigo 03:06
JuanSV
últ. vez hoy a las 03:06
USUARIO DESCONECTADO

 



martes, 21 de febrero de 2012

El misterio de las perlas arábigas

El fluorescente averiado parpadeaba en rápidos y breves destellos. Un viejo operario avanzaba con pasos cortos enfundados en gastadas alpargatas de loneta. Escalera al hombro y caja de herramientas bajo el brazo, introdujo su mundo rutinario de cables, luces, regletas, reactancias y fusibles por el pasillo central de la luminosa sección de alta joyería y peletería. La habitual burbuja de indiferencia se formó a su paso, envolviéndolo allá donde fuera, haciéndolo invisible para vendedores y clientes.

Sin prestar atención al brillo lujurioso de todas las pieles, obviando el fulgor inoxidable del oro, de la plata y del titanio que lo rodeaban, el viejo operario desplegó la escalera de aluminio y elevándose por encima de todos, acercó su mirada cansada a la indecisa luz de neón.

Había un problema con la regleta de la reactancia, y tendría que cambiar una parte del cableado. Ocupado en cortar, pelar y atornillar, su metódica destreza no pudo prever la caída de un largo trozo de cable que, escapando de su mano en alto, pasó en un instante ante sus ojos y terminó su caída sobre el aparador que se abría sus pies, con un tenue golpe de plástico contra cristal. El viejo operario lo había seguido con la mirada. De este modo se reencontró con él:

A sus pies emergió la visión de aquel hermoso collar de grandes perlas blancas, brillando iridiscentes con toda la intensidad y el misterio de su engarce antiguo de oro delicadamente repujado.

Y fue entonces cuando desapareció ese mundo y lo recordó todo. Volvió a estar en la jarcia del palo mayor con la vista puesta en el horizonte, frente a la costa ocre y arenosa de Catar. Reaparecieron las velas blancas, el sabor de la sal, el azul intenso y peligroso de un mar hostil. Sintió el peso de su sable en la mano, a la caza del botín. La lucha incierta de su propia vida, el humo, la sangre. Y por encima de todo, unos ojos negros de intenso fulgor, tan brillantes como amargos, allí donde todo empezó y todo acabó.

Una voz atiplada, envarada y displicente surgió a sus pies:
 -Oiga usted: Si está interesado en adquirir perlas arábigas puede pasarse si le apetece al acabar su turno.
Desde lo alto el viejo operario miró largamente al jefe de sección  y con un aplomo que nunca antes había sido suyo esta vida respondió:
-Conocí bien el género y tuve todas las que quise... ¿Y tu?

Quien está enamorado de las perlas se tira al mar - Proverbio árabe


lunes, 13 de febrero de 2012

Llegará un dia

Había conseguido darle la vuelta del otro lado con no poco esfuerzo. El hombro le dolía bastante, pero por suerte no se había roto ningún hueso. Ajeno a las señales de dolor de su cuerpo magullado, trabajaba en silencio sobre las entrañas de la máquina con toda la rapidez y precisión de que era capaz.

A su alrededor estaban esparcidos el casco, la cazadora, parte del equipaje y los dos grandes maletines de aluminio abiertos. La grasa negra teñía sus dedos, impregnando el bastidor, las herramientas en uso, las tuercas, los pasadores y el resto de piezas que había extraído de la moto. Por un momento alzó su cabeza y volvió su mirada hacia la carretera, en la dirección de donde venía. La polvorienta llanura se extendía en todas direcciones en un monótono paisaje ocre de piedras sueltas y matorral reseco. Al límite del alcance de la vista creyó divisar una tenue columna de polvo. No tenía mucho tiempo.

El penetrante olor de la gasolina embriagaba sus sentidos. Su rostro, atenazado en un rictus por el esfuerzo, manaba gotas negras de sudor que caían desde la punta de su nariz. El golpe en el hombro dolía, y además estaba el corte en la espinilla que estaba empezando a escocer bastante. Por suerte la ahora destrozada greba de protección de su pierna había absorbido bien el impacto, así que de momento decidió ignorar sus males hasta haber resuelto el principal problema. Tenía que salir de allí.

Sobre el horizonte desolado un sol rojizo anunciaba la última luz del día. La sangre golpeaba con fuerza en sus sienes. No se había concedido ni un momento de respiro pero al fin había conseguido repararla. Pasó una mano por su nuca rapada mientras bebía un largo trago de agua de la cantimplora. Una sonrisa amarga cruzó su rostro al recordar lo que una vez le dijo un viejo amigo: "Llegará un día en el que te levantarás y ya habrás cogido la moto por última vez..." A su espalda, la nube de polvo seguía creciendo, cada vez más cerca.

Puso la moto en pie de nuevo y esperó unos instantes para que el aceite, la gasolina y el resto de fluidos volvieran a su posición natural. Pulsó el botón de arranque... pero la moto solo respondió silencio.

Una punzada de desesperación amagó en su estómago. En un largo instante, mientras decidía qué hacer,  recordó cómo el vaticinio de su amigo estuvo muy cerca cumplirse una vez. Fue por entonces cuando llegaron esos nuevos tiempos que nadie comprendía. Muchas cosas cambiaron, otras muchas terminaron. Otro motor que le impulsaba también se apagó entonces. Aquella vez bien pudo haber sido para siempre, y sin embargo aún quedó un rescoldo de energía por avivar, aún restó una leve chispa por saltar.

Volvió a presionar sobre el botón de encendido, con toda su alma puesta en su dedo pulgar. Oyó las vueltas inciertas del motor de arranque: una, dos, tres... las entrañas del cilindro tosieron, luego vino una ronca vibración en el tubo de escape, le siguió una primera explosión y luego por fin, el corazón de la veterana montura volvió a la vida. El día no había llegado, no aún. Y no llegaría mientras viviera. Iba a venderse muy caro. 


martes, 7 de febrero de 2012

Los paseantes

No te esperaba ya, pero hoy has vuelto de nuevo.

Hoy has traído a tus amigos a casa. Habéis merendado café y bizcocho en el gran salón. Los has reunido al pie de la chimenea,  rodeados de olvidadas fotos antiguas, frente al viejo y gran cuadro de los paseantes. Por mi parte, no he podido evitar rememorar todas aquellas lejanas sonrisas en traje de fiesta y smoking.

El caso es que me cuesta acostumbrarme a ver las regias boiseries del salón con los estantes desnudos, o las sillas imperio vacías. En el recibidor, el escritorio filipino lacado se ha quedado muy solo y ya no luce como antaño. Repaso los altos techos: las molduras de volutas se han oscurecido y las lámparas de cristal han dejado de brillar, cubiertas por una fina pátina de polvo.

Las puertas de madera noble ceden con cansancio ante tus pasos, y el largo pasillo está más oscuro que nunca. Te has dado cuenta de que han aparecido algunos agujeros en el gastado parquet y has visto que la moqueta azul se está deshilachando aquí y allá. Pero no sabes cuánto me alegro de tu visita.

Por suerte aún me queda intacta la luz del gran ventanal con vistas a la plaza del Marqués de Salamanca, que hoy luce blanca y majestuosa a la luz invernal del atardecer. Y por supuesto, me queda nuestro querido cuadro, el de la pareja de paseantes que, acodados en la barandilla de la Concha de San Sebastián, contemplan juntos el mar. ¿Te acuerdas?  De pequeña siempre querías saber quienes eran, me preguntabas porqué nos daban la espalda y porqué no les podíamos ver la cara. Yo siempre te decía que te fijaras muy bien, que un día lo entenderías.

El bizcocho de naranja siempre te ha salido bien, mejor que a mí, pero el de chocolate para mi gusto lo dejas cocer demasiado... no importa, veo que les ha gustado. Lo mismo que a mi verte de nuevo sonreír. Habéis vuelto a llenar la casa otra vez con vuestro calor y todas esas risas sinceras. Tienes unos amigos muy simpáticos, se nota que te aprecian de verdad. Te veo bien otra vez, me alegro de veras por ti.

De pronto me he dado cuenta; lo has entendido. Como antaño, has vuelto a fijar tu mirada en el viejo cuadro de los paseantes y por un momento, con los ojos muy abiertos, has olvidado todo cuanto te rodeaba. Al fin has desentrañado el misterio. Ahora ya sabes todas las respuestas a tus preguntas. Es hora de reunirme con ellos, quiero pasear y acodarme en la barandilla a contemplar el mar. Allí algún día nos volveremos a encontrar.