martes, 27 de marzo de 2012

Durante la marea baja

 (Publicado en @diariofenix)

Se acercó al borde del acantilado para contemplar el océano. La fresca luminosidad del sol de marzo bañaba la ancha playa que se extendía a sus pies, alejándose de su vista en ambas direcciones hasta fundirse con la bruma marina. La marea baja estaba en su apogeo. No tardó mucho en verlo él también. Como todos los demás, decidió bajar y acercarse a ver qué era aquello.

Durante la marea baja a veces el mar se retiraba muy lejos, dejando a su alcance parte de un territorio extraño y ajeno. Después de muchas generaciones seguían respetando y temiendo a aquel mar inmenso, que siempre había sido honesto con ellos. Hacía mucho tiempo que sabían que en marea baja siempre aparecía la verdad desnuda, por unas horas, mostrándose a los ojos de quien quisiera verla. A veces era rica y brillante, a veces descarnada, siempre secándose bajo el sol. Y de este modo habían aprendido que todo era cambiante, que nada podía ser para siempre, nada salvo quizás el gran océano en su eterno ir y venir ante ellos.

Con el tiempo se habían acostumbrado a explorar en los límites de aquel reino vedado y hostil, sospechando con cada nuevo hallazgo que quizás existía algo más allá de todo lo conocido, más allá de su isla, otro mundo muy distinto al suyo.

A veces la marea baja les dejaba indicios de sus sospechas, pero nunca como aquel día.

Lentamente se fueron acercando todos, hasta casi tocar el gran objeto, inmenso, inabarcable, incomprensible. Mientras tanto el océano seguía ahí, muy cerca, rugiendo y vibrante de espuma. Pronto volvería sobre ellos, trayendo un cielo cambiante, portador de nuevos vientos racheados desde más allá de sus mismos límites. Fue él, como jefe de la tribu, el primero en tocar el frío y recio metal. Instintivamente retiró su mano y retrocedió unos pasos. Entonces volvió su vista al profundo mar oscuro y asió con fuerza su lanza, pues comprendió que pronto no tendrían a donde ir.

martes, 20 de marzo de 2012

De bestias pardas y carácter


(colaboración para @diariofenix)

Hace ya un tiempo y en razón de mi profesión durante varios años me hallé detrás de un mostrador atendiendo a (no pocas) personas y porqué no decirlo, también a algún que otro personajillo. Fue un periodo de mi vida laboral que hoy retrospectivamente considero fue intenso, duro en ocasiones pero globalmente muy gratificante.

Recientemente, y debido a un nuevo aspecto concreto de mi actividad profesional, nuevamente me encuentro atendiendo un mostrador, mucho más amplio y diverso, aunque esta vez sea de modo virtual. Y estoy en disposición de constatarlo: me estoy dando cuenta que mucha gente confunde el ejercicio de sus legítimos derechos como ciudadano con una oportunidad para poder demostrar una enorme capacidad de sacar lo peor de sí mismos. Ahí afuera existe una bestia parda frustrada por mil y un motivos, dentro de muchos de nuestros congéneres que agazapada, espera su ocasión.

Muchas veces, cada vez con más frecuencia veo surgir a esta bestia cobarde, porque salvo contadas ocasiones es absolutamente incapaz de manifestarse cuando se trata de un mostrador físico, cara a cara. Sin embargo hoy en día tras la distancia y el anonimato que confieren las nuevas tecnologías se siente fuerte y segura. Y así, embriagada de valor por el poder que le es conferido a través de un smartphone o del teclado de un ordenador portátil, la bestia se expresa en líneas plagadas de exabruptos, con frecuentes faltas de ortografía e incoherencias con las que suele salpicar la causa de su queja, consulta o exposición de razones.

En tales casos es cuando se suele decir que tenemos un problema profesional que es preciso abordar con la adecuada mesura y tacto, a fin de limitar su alcance y efectos potenciales. Para eso se siguen determinados procedimientos y protocolos. Se considera que tenemos un problema, cuando en realidad siento que no lo deberíamos tener, cuando en mi fuero interno estoy convencido que el problema lo tiene el propietario de la bestia parda suelta en la red; y sé que mi respuesta personal diferiría mucho a la que como empresa daré. Creo que reclamar no equivale a tener el campo libre para el grito, la descalificación o el insulto. Que el derecho pueda estar de parte de uno no le otorga ninguna ventaja o superioridad que justifique tal comportamiento. Más aún, es la forma de perder buena parte de la razón que se pudiera tener. Así de simple.

Sé que hacemos lo correcto una y otra vez abordando del modo en que lo hacemos la lidia de las bestias pardas sueltas que de vez en cuando nos acometen por la red, pero también estoy íntimamente convencido de que estamos perdiendo un terreno que es nuestro, permitiendo una subversión de la razón moral. Otorgándole el poder que desea obtener a aquel que nos veja o ataca gratuitamente. En este sentido, confieso que alguna vez no lo he podido evitar: en alguna ocasión he respondido a algún energúmeno de forma menos convencional y he envuelto la asepsia corporativa con una cierta dosis de ironía, constatando un resultado muy curioso e íntimamente satisfactorio: las bestias pardas suelen tener dientes y garras muy afilados pero en cambio la piel propia les resulta muy fina...

Quizás sea por una suerte de cobardía distinta, al no querer más problemas de los ya existentes, no nos atrevemos a distinguir claramente entre lo que sí es admisible y lo que nunca estará justificado o debería ser tolerado. Pero esto no es nada nuevo ni achacable al progreso. Ha existido siempre: el carácter.

Ay, el carácter... he oído demasiadas veces eso de "es que fulanito tiene un carácter...", o "es que yo tengo mucho carácter", como si se tratara de una suerte de fuerza mayor inevitable que todo lo explicase. Que eso es lo que hay. Pues no. No nos tiene porqué valer. A mi desde luego, no. ¿En qué momento de nuestras vidas decidimos asumir que carácter es lo mismo que mal genio, mala educación o simplemente mala baba? ¿Porqué rendir pleitesía a tales demostraciones de violencia? Porque yo, por carácter entiendo algo muy distinto.

El verdadero carácter es otra cosa, una buena cosa. Es lo que tienen algunas personas que no necesitan alzar la voz, gritar o vejar a sus semejantes para hacer llegar su mensaje, muy alto, muy claro y muy lejos. Carácter es lo mismo que determinación, coraje, honestidad, abnegación, respeto y entereza. Eso es carácter. Lo demás es sólo la bestia parda que quizás anide un poco dentro de todos nosotros.

domingo, 11 de marzo de 2012

Un mundo sin lluvia

Despertó en medio de la sofocante penumbra. Lo había oído claramente. Sin moverse aún del sucio catre alzó su vista hacia el techo. Debía ser más o menos mediodía, pero los agujeros en el metal corrugado no dejaban pasar la luz del mismo modo que todos los días. El siguiente trueno no tardó en llegar y se oyó más cerca. Se levantó y salió fuera de la chabola.

Una ráfaga de viento fresco revolvió su cabello. Frente a él halló como siempre la figura de aquel viejo, inmóvil, sentado en su desvencijado y polvoriento butacón orejero, ante la puerta de su minúscula cabaña. Cruzaron brevemente sus miradas. Después el viejo volvió de nuevo a alzar su vista hacia la lejanía.

Todo el valle se hallaba extrañamente en sombras. Mucho más allá, al norte, las altas montañas grises hoy no se alzaban en medio del fulgor inmisericorde de la luz solar. Por el contrario, unas enormes nubes de plomo negro se abatían sobre ellas. Por todo el poblado más puertas se abrieron. Un rumor de pasos arrastrados sobre la tierra seca llegó hasta los dos hombres. Tras ellos se formó una pequeña multitud silenciosa salida de entre la lona, el latón, la basura y el óxido. A sus espaldas quedaban cuatro altas sombras de hormigón y cristal languideciendo, abandonadas desde hacía mucho tiempo a su ruina. Vago recuerdo de un mundo que había sido el suyo, muy distinto. Ahora tan sólo eran una gente acostumbrada a perder, resignados a aceptar una derrota tras otra.

Otro trueno, mucho más cercano retumbó largamente sobre sus cabezas antes de extinguirse. Todo el poblado había salido a la calle, todos contemplaban al cielo. Con los ojos muy abiertos, en muda y tensa espera durante largos minutos. Recordando aquel sonido casi ya olvidado.

Finalmente llegó un último trueno, alejándose, perdiéndose más allá de las altas montañas. Poco después el cielo volvió a abrirse otra vez sobre ellos, y el eterno sol inclemente volvió a caer sobre aquella gente, habitantes de tierras y almas resecas. Poco a poco todas las miradas bajaron de nuevo al suelo. Un viento seco y cálido recorrió el poblado, levantando remolinos en el polvo, marcándoles el retorno a la calma, al conformismo de su pequeño mundo descastado. Y todos volvieron lentamente a sus reducidas vidas, en aquel yermo pedazo de tierra sin esperanza.

Pero él no se movió, y siguió contemplando las nubes negras cargadas de lluvia que se alejaban. Miró a su alrededor. El viejo seguía ahí a su lado, silencioso e inmóvil en su butacón, contemplando el horizonte. En su cara había un rictus de resignación. Entonces cerró sus puños y tomó la decisión: tenía que irse de allí. Coger sus cosas y alejarse cuanto antes de aquel mundo sin sangre, sin rastro de fuerza vital. Abjurar de la mansa destrucción de un pueblo desnortado, invadido por el miedo. Y dejar atrás aquel mundo sin lluvia.


domingo, 4 de marzo de 2012

El regalo

Cuento nocturno escrito a cuatro manos por Blanca y Ricardo

Se asomó entre los visillos para mirar otra vez a la terraza de su vecino. El edificio estaba muy cerca y sabía los horarios que tenía. Llevaban meses dirigiéndose miradas furtivas. Le gustaba, aunque era más mayor que ella. Él salía a la terraza a fumar y clavar sus ojos en ella sin ningún pudor.

Hoy ha sucedido algo porque no entra y enciende otro cigarrillo. Decide con un gesto, levantando su mentón, armarse de valor para retarle. Ha ido hacia la habitación que da a la terraza desde la cual él vigila sus movimientos y ha empezado a desnudarse, lentamente, sabiendo que sus ojos le seguían.
No tenía muchas oportunidades de lucir la ropa interior que le habían regalado para su cumpleaños. Una nota iba con el regalo:

"Que estas prendas llenas de glamour sirvan para una noche de pasión"

Y allí seguía él, observándola, inmóvil. Devorando la distancia con sus ojos y con su mente. Sobre su piel morena restaban únicamente ya las prendas negras que tanto había ansiado contemplar, el secreto regalo que ella había recibido y secretamente aceptado, hacía tanto tiempo ya. El mismo que una noche halló a sus pies, ante de la puerta de su apartamento, con una nota cuyo contenido, ahora bien lo sabía, al fin estaba a punto de cumplirse....

La última prenda negra cayó, fundiéndose en la oscura noche. En ese mismo instante, al otro lado del apartamento, alguien llamó a su puerta.