lunes, 24 de septiembre de 2012

Almoços e Jantares


Almoços e Jantares pone en el rótulo del ventanal verde, en tipografía clásica de letras amarillas sobre fondo negro, rectas y claras, frente a la Praça do Comercio de Lisboa. Los portugueses aún ponen bolas de alcanfor de las de toda la vida en los servicios de caballeros que llevan ahí toda una vida.

Sentados en una mesa de la terraza que se extiende bajo los soportales dejamos las horas pasar. Sería posible sentir a Fernando Pessoa en cualquiera de esas viejas sillas metálicas, viendo la vida pasar en ruidosos tranvías amarillos. El café portugués es sencillo en su sabor, pero también es denso, intenso y oscuro, como el recuerdo de lo que más nos es querido y que ya se fue.

La luz de la tarde de verano acaricia con calidez las veteranas piedras rectas, incide sobre los rostros con los ojos entornados, y aviva la memoria. Y en Lisboa, memoria siempre equivale a melancolía, acompasada al dulce sonido de una lengua suave, llena de reminiscencias de muy antiguo, de lo auténtico y permanente. Como todas esas cosas que tu y yo nos dijimos una vez y que, algunas veces, volvemos a recordar.



martes, 4 de septiembre de 2012

El conductor croata

Goran es un croata de ojos pequeños y algo barrigón que transporta turistas en su trasnochado autocar a lo largo del extravagante mapa de Croacia. Las más de las veces tiene que recoger a sus pasajeros en Venecia. En esos casos siempre se hace acompañar de su ayudante Ratko, quien toma el volante del vehículo en cuanto salen las carreteras de su país. Ratko es mucho más joven que Goran, fornido y muy silencioso, casi tanto como su patrón. Conduce siempre protegiendo sus ojos tras unas anchas y herméticas gafas de sol.

Goran se presenta invariablemente a sus clientes con un breve y vacilante discurso en inglés trufado de palabras en italiano. Acaba de entrar en una cincuentena plácida; es simple en el trato y algo seco, pero eficiente.

Desde hace unos años pasa los meses de verano paseando a sus clientes por los frondosos bosques del parque nacional de Rinsjac, la bulliciosa ciudad Split, o el encanto reconstruido de Dubrovnik, a orillas del mar. El Adriático es un mar extraño y calmo, sus aguas cálidas son transparentes, de un atractivo verde turquesa pero lo cierto es que su belleza es distante, sólo hecha para ser contemplada en la distancia, porque muy pocas veces es posible acceder a él por alguna playa, casi siempre guardado por escarpados roquedales.

Pero antes, mucho antes, Goran transitó intensamente por otros caminos más inciertos: Bihac, Osijek, Vukovar y cómo no, Karlovac. Un pasado sobre el que ya empieza ha acumularse el tiempo, pero del que aún no ha podido desprenderse, porque aún no ha pasado tiempo suficiente, y quizás nunca lo haga.

Porque por esas ironías del destino, Goran debe volver una y otra vez a Karlovac camino de la principal atracción turística de Croacia, los hermosos lagos de Plitvice. Y volver a la misma calle, a esa recta larga y en suave pendiente ascendente, flanqueada a ambos lados por modestas hileras de casas rurales de una o dos plantas. Una y otra vez se ve obligado a volver a pasar por esa misma maldita carretera. Y sabe que siempre, invariablemente, cada hornada de turistas le preguntará.

Porque aunque muchas de las viviendas que verán al pasar son absolutamente normales, incluso anodinas, sus viajeros se sorprenderán al ver que algunas de las casas conservan intactos los signos inequívocos del abandono y la guerra. Tejados reventados,  ventanas sin cristales, fachadas ennegrecidas y cruzadas por miles de impactos de bala y metralla, agujeros que nadie ha cerrado, que siguen ahí, perforando aún la piedra y las almas. Y al final las preguntas le alcanzarán, porque el turista medio si algo sabe hacer bien y mucho es preguntar.

Y así, de ese modo vuelve a verse una y otra vez con veintitantos años, cubriendo el avance de los suyos con una ametralladora PKM del 7,62. Cuando llegan a Karlovac Goran lleva ya mucho tiempo pisando cascotes y cristales rotos, esquivando balas y disparando otras muchas también. Se ha parapetado al principio de la calle tras los restos de un Volkswagen Golf despanzurrado por un morterazo. La orden del coronel es sencilla: "Goran, tú nos das fuego de apoyo. Ninguno de ellos debe cruzar la calle."

Están buscando y desalojando a los últimos defensores serbios con la misma saña con la que antes ellos se habían empleado. Entre ráfagas y explosiones, casa por casa, la columna croata avanza a ambos lados de la calle. Goran es metódico localizando los focos de resistencia y posibles francotiradores en puertas y ventanas, y es muy eficiente en su eliminación. Los casquillos vacíos repiquetean continuamente al caer sobre el asfalto y ruedan, alejándose de Goran y su PKM.

La limpieza prosigue durante una media hora, sus compañeros están llegando al final de la calle. Atrás han dejado varios edificios en llamas. Una densa humareda negra se extiende sobre el lugar, entreverándose con la limpia luz del sol de la mañana.

La lucha parece haber terminado, los disparos se espacían hasta cesar. Durante unos minutos se instala un denso silencio en el lugar. De pronto a lo lejos, se suceden una serie de rápidas explosiones. En ese momento Goran ve cómo de una de las últimas casas emerge un numeroso y compacto grupo de gente, más de veinte personas probablemente, que se disponen a cruzar la calle. Por un breve instante duda sobre qué hacer, pero rápidamente desecha cualquier otra opción. Se afianza sobre el bípode de su arma y cumple una vez más con la tarea encomendada, rápida y eficientemente. Al término del día el coronel le felicitó por el impecable trabajo. Sus camaradas le confirmaron que el último grupo de serbios se lo habían puesto a Goran en bandeja. Poco importaba que ya no fueran combatientes, sino sólo viejos, mujeres y niños...

Así que Goran siempre responde las mismas vaguedades a los turistas; siempre seco y un poco hosco, íntimamente preso de su historia. "Son las casas de los serbios, que se fueron cuando la guerra." A estas alturas de la vida, demasiado bien sabe que no se puede poner en el corazón de las personas lo que no existe, así que como buen eslavo, sacude la cabeza, asume, calla y sigue conduciendo.


                                Lagos de Plitvice - Croacia Verano 2012