martes, 4 de septiembre de 2012

El conductor croata

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Goran es un croata de ojos pequeños y algo barrigón que transporta turistas en su trasnochado autocar a lo largo del extravagante mapa de Croacia. Las más de las veces tiene que recoger a sus pasajeros en Venecia. En esos casos siempre se hace acompañar de su ayudante Ratko, quien toma el volante del vehículo en cuanto salen las carreteras de su país. Ratko es mucho más joven que Goran, fornido y muy silencioso, casi tanto como su patrón. Conduce siempre protegiendo sus ojos tras unas anchas y herméticas gafas de sol.

Goran se presenta invariablemente a sus clientes con un breve y vacilante discurso en inglés trufado de palabras en italiano. Acaba de entrar en una cincuentena plácida; es simple en el trato y algo seco, pero eficiente.

Desde hace unos años pasa los meses de verano paseando a sus clientes por los frondosos bosques del parque nacional de Rinsjac, la bulliciosa ciudad Split, o el encanto reconstruido de Dubrovnik, a orillas del mar. El Adriático es un mar extraño y calmo, sus aguas cálidas son transparentes, de un atractivo verde turquesa pero lo cierto es que su belleza es distante, sólo hecha para ser contemplada en la distancia, porque muy pocas veces es posible acceder a él por alguna playa, casi siempre guardado por escarpados roquedales.

Pero antes, mucho antes, Goran transitó intensamente por otros caminos más inciertos: Bihac, Osijek, Vukovar y cómo no, Karlovac. Un pasado sobre el que ya empieza ha acumularse el tiempo, pero del que aún no ha podido desprenderse, porque aún no ha pasado tiempo suficiente, y quizás nunca lo haga.

Porque por esas ironías del destino, Goran debe volver una y otra vez a Karlovac camino de la principal atracción turística de Croacia, los hermosos lagos de Plitvice. Y volver a la misma calle, a esa recta larga y en suave pendiente ascendente, flanqueada a ambos lados por modestas hileras de casas rurales de una o dos plantas. Una y otra vez se ve obligado a volver a pasar por esa misma maldita carretera. Y sabe que siempre, invariablemente, cada hornada de turistas le preguntará.

Porque aunque muchas de las viviendas que verán al pasar son absolutamente normales, incluso anodinas, sus viajeros se sorprenderán al ver que algunas de las casas conservan intactos los signos inequívocos del abandono y la guerra. Tejados reventados,  ventanas sin cristales, fachadas ennegrecidas y cruzadas por miles de impactos de bala y metralla, agujeros que nadie ha cerrado, que siguen ahí, perforando aún la piedra y las almas. Y al final las preguntas le alcanzarán, porque el turista medio si algo sabe hacer bien y mucho es preguntar.

Y así, de ese modo vuelve a verse una y otra vez con veintitantos años, cubriendo el avance de los suyos con una ametralladora PKM del 7,62. Cuando llegan a Karlovac Goran lleva ya mucho tiempo pisando cascotes y cristales rotos, esquivando balas y disparando otras muchas también. Se ha parapetado al principio de la calle tras los restos de un Volkswagen Golf despanzurrado por un morterazo. La orden del coronel es sencilla: "Goran, tú nos das fuego de apoyo. Ninguno de ellos debe cruzar la calle."

Están buscando y desalojando a los últimos defensores serbios con la misma saña con la que antes ellos se habían empleado. Entre ráfagas y explosiones, casa por casa, la columna croata avanza a ambos lados de la calle. Goran es metódico localizando los focos de resistencia y posibles francotiradores en puertas y ventanas, y es muy eficiente en su eliminación. Los casquillos vacíos repiquetean continuamente al caer sobre el asfalto y ruedan, alejándose de Goran y su PKM.

La limpieza prosigue durante una media hora, sus compañeros están llegando al final de la calle. Atrás han dejado varios edificios en llamas. Una densa humareda negra se extiende sobre el lugar, entreverándose con la limpia luz del sol de la mañana.

La lucha parece haber terminado, los disparos se espacían hasta cesar. Durante unos minutos se instala un denso silencio en el lugar. De pronto a lo lejos, se suceden una serie de rápidas explosiones. En ese momento Goran ve cómo de una de las últimas casas emerge un numeroso y compacto grupo de gente, más de veinte personas probablemente, que se disponen a cruzar la calle. Por un breve instante duda sobre qué hacer, pero rápidamente desecha cualquier otra opción. Se afianza sobre el bípode de su arma y cumple una vez más con la tarea encomendada, rápida y eficientemente. Al término del día el coronel le felicitó por el impecable trabajo. Sus camaradas le confirmaron que el último grupo de serbios se lo habían puesto a Goran en bandeja. Poco importaba que ya no fueran combatientes, sino sólo viejos, mujeres y niños...

Así que Goran siempre responde las mismas vaguedades a los turistas; siempre seco y un poco hosco, íntimamente preso de su historia. "Son las casas de los serbios, que se fueron cuando la guerra." A estas alturas de la vida, demasiado bien sabe que no se puede poner en el corazón de las personas lo que no existe, así que como buen eslavo, sacude la cabeza, asume, calla y sigue conduciendo.


                                Lagos de Plitvice - Croacia Verano 2012

10 comentarios:

  1. Asume y calla... Difícil de imaginar todo lo que calla "por todo ese pasado sobre el que ya empieza ha acumularse el tiempo, pero del que aún no ha podido desprenderse".

    Está claro que los tuyos no son ojos de turista Ricardo, sino del viajero que se deja filtrar por lo que se encuentra.

    Preciosa foto :)

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    1. Muchas gracias por tus palabras Isabel: cada cual acarrea como puede sus silencios, a veces no es nada fácil. Depende de cómo sean las personas y sus circunstancias.

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  2. Asusta pensar y saber que algunas personas son como recipientes aparentemente vacíos: forjados en su forma por un carácter duro y transportando por dentro actos crueles, rencores enquistados y odios heredados... Viviendo con "normalidad", pero con cicatrices que tal vez no cierren nunca.
    Esta historia dice más de una guerra que muchas crónicas... Hay precisión de cirujano en tu mirada y humanidad para contarlo.
    Tus palabras y la foto me han recordado un verso conocido de Miguel Hernández: "En el fondo del hombre... agua removida"

    Un abrazo!

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    1. Agua removida, efectivamente... certera imagen que lo dice todo. Muchas gracias Maria José!

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  3. Me gustaría pensar que cada vez que pasa por esos lugares, integra una parte de esa locura, integra una parte de ese dolor, tanto del propio como del ajeno, y hace que la historia que no se debió repetir quede en un pasado lejano en la historia ....
    Verás, es que creo en la Vida, me parece que todo está donde debe estar .... siempre .... y coloca a los seres humanos en sitios conflictivos para que "limpien" la zona de "rencores ocultos" ....

    Nota: Como llevamos bastante tiempo "juntos" te habrás dado cuenta de que soy ilusa y optimista .... o tal vez .... recorrí "terrenos mentales" escurridizos, en los que notas una bala detrás de otra atravesar el cuerpo .... una larga historia ....
    Me encanta la forma en que cuentas las cosas.

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    1. Juana: muy probablemente nada en esta vida pase por que sí, como apuntas en tu comentario. Otra cosa es lo que hagamos las personas con las oportunidades que nos plantea la vida. Ahí si que no hay nada escrito... Gracias por tus palabras!

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  4. Jelous, prenda. Yo empiezo por la tercera porque da suerte ¿eso dicen? No creo..
    Me parece que vamos a leer muchas historias tan buenas como esta de el viaje, muy envidiado por mí, a Croacia.
    Ver los ojos, de otros mundos, reflejados, en esa preciosa fotografía da para mucho.

    Yo me alegro por ello.

    Un beso

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    1. Me alegro de que te haya gustado, Blanca. Intentaremos seguir en esta senda mucho tiempo. Besos!

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  5. No te conozco, pero te doy la enhorabuena por el texto. Lo he leído sin prisa y por azar, y "me he hecho cargo"...

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    1. Muchas gracias Miguel, me alegro de ese azar que te ha llevado hasta mi blog!

      Saludos

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