miércoles, 27 de febrero de 2013

Han entrado


El sobresalto llegó a la fortaleza con las primeras luces del día. 

Un coro de voces angustiadas proclamaban la terrible evidencia:  

"¡Lo han conseguido, han entrado!"

Mientras avanzaban el pánico ya se había instalado a su alrededor en forma de protocolos, órdenes, llamamientos y alarmas.

Pero cuando llegaron ante la brecha, súbitamente alguien comprendió:

"No, no han entrado, sólo nos indican cómo salir de aquí."




Fotografía de Alfonso Hidalgo Bau 


viernes, 22 de febrero de 2013

El oficiante



Abrió los brazos y se dijo: "Por fín, hoy será el día."

El oficiante sabía que en el caos no anida el error, que todo se hace posible.

Avanzando entre ruido, humo y fuego decidió dejar atras todo el peso de la insoportable iniquidad.

¿Qué furia verdadera se oculta tras el cartón piedra?




Fotografía de Alfonso Hidalgo Bau (más de su obra)

martes, 19 de febrero de 2013

El fuelle


Vivo para mantener la llama, para mantener el fuego primigenio.

Cuando nada más que la propia voluntad impulsa el fuelle de la vida, todo vuelve a ser otra vez muy sencillo.

Cada noche contemplo la tenue muerte de las cenizas, hasta el final del último rescoldo.
Por eso siempre cada mañana me alimento de vida pura, incandescente. 

Por eso mi brazo no desfallecerá nunca, no mientras mi fuego exista.



Fotografía de Alfonso Hidalgo Bau (más de su obra)

lunes, 4 de febrero de 2013

Sanatorios


¿Me das para una coca cola?

La pregunta hace que por un momento interrumpamos la conversación y levante la vista de mi café. Antes de que podamos abrir ni tan siquiera la boca, nuestro interpelante, un hombre alto y flaco, de ralos cabellos grises embutido en un chándal azul ya se ha dado la vuelta y se aleja con paso incierto en dirección a otros parroquianos. Deambulando al azar entre las filas de mesas escasamente pobladas, repite su mantra sin esperar respuesta.

La mayoría de los visitantes a los que aborda se lo quitan de encima sin tan siquiera dirigirle más allá de una breve mirada. Sin embargo, las enfermeras y doctores que se cruzan en su camino se la niegan con más familiaridad.

 - No, ya sabes que no te conviene, Luis.
 - ¿Por qué no? si está muy rica...

Cada día a la hora de la merienda los locos salen de paseo y se acercan hasta la cafetería del Hospital General para pasar un rato en amigable convivencia con los más o menos cuerdos del exterior.

En Sant Boi de Llobregat una de las alas del sanatorio de mentes está inciertamente separado del hospital de cuerpos por una suerte de muros bajos y verjas que siempre están abiertas. El camino que lleva de un lugar a otro en algunos tramos  no es más que una linde estrecha, de márgenes desdibujados. Sólo cuando el camino llega a la altura de la cafetería se ensancha y se convierte en una galería cubierta, gracias a la trama de anodinas baldosas de terrazo gris.

-  De chaval recuerdo haber visto en un vagón del carrilet de Sant Boi a Barcelona a uno que llevaba una chapa de sheriff, dándole palique a la gente.

- Ese era el Willy. Se ponía en las calles a dirigir el tráfico. Lo hizo durante muchos años y por cierto, se le daba muy bien...

Desde la ventana de la cafetería vemos pasar a unos y unos. Mientras tanto, lentamente, la luz de la tarde invernal va cayendo hasta hacerlos a todos indistinguibles entre las sombras, borrando al fin las sutilezas que los diferencian.

Apuramos nuestros cafés, con renovadas fuerzas para volver a ocuparnos de nuestro pariente enfermo. Ante nosotros Luis ha terminado la ronda por esa tarde y también se recoge. Cuando pasa frente al mostrador, la cajera lo saluda con una sonrisa: "Adiós Luis, mañana te veo"